Historia de la música occidental
Presentación del tema
¡Hola!
Qué gusto poder saludarte en esta nueva sesión, espero que sigas descubriendo este curso de Estudios de música y lo sigas encontrando fascinante.
Estamos en la parte central de nuestro curso, en el tema cuatro, donde haremos todo un viaje a lo largo de la historia de la música que ha dado vida a nuestro arte. Hay que advertir que el tema se enfoca en la música occidental, y aunque hay otros sistemas musicales, India o China, por ejemplo, nos centramos en Occidente por ser la influencia principal de la música que, históricamente, se ha desarrollado en México.
Esta clase es extensa debido a que abarca ocho subtemas, mismos que habrán de desarrollarse en doce semanas. Iniciaremos haciendo un repaso general de la música en Occidente, una ojeada a momentos relevantes del desarrollo del arte en Europa, de donde derivan, como ya referimos, los sistemas musicales latinoamericanos. Continuamos con el estudio de la música en México, iniciando con el devenir histórico y situación actual de la música mexicana, para, acto seguido, hacer una revisión tan profunda como sea posible, del desarrollo del arte de Euterpe en los períodos prehispánico, virreinal, siglos XIX y XX, haciendo hincapié a aspectos importantes en función de la identidad musical nacional y regional.
Diciendo esto… ¡Adelante!
Objetivo didáctico de la clase
Estudiar la historia de la música occidental, su desarrollo en México en tanto a su historia y situación actual. Así mismo, examinar el devenir del arte en cada etapa de la historia nacional, desde la música prehispánica a la virreinal, pasando por el siglo XIX y XX, hasta arribar a la música contemporánea.
Contenido didáctico
A continuación, se presenta el contenido didáctico de acceso abierto o institucional para profundizar en el tema.
No. | Nombre del recurso | Tipo de recurso | Enlace web |
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1 | “Historia de la música”, pp. 449-483. | Libro | [Acceder] |
2 | La música en México | Artículo | [Acceder] |
3 | La música en México: reflexiones sobre su historia particular | Artículo | [Acceder] |
4 | La imagen de la música como elemento del relato identitario de la sociedad novohispana | Artículo | [Acceder] |
5 | Música y fiesta en Guanajuato. Notas sobre la vida cotidiana en dos ciudades del Bajío porfiriano | Artículo | [Acceder] |
6 | El nacionalismo musical mexicano: una lectura desde los sonidos y los silencios | Artículo | [Acceder] |
Material didáctico complementario
No. | Nombre del recurso | Tipo de recurso | Enlace web |
1 | Historia de la notación musical | Video documental | [Acceder] |
2 | México sinfónico | Video musical | [Acceder] |
3 | Instrumentos prehispánicos | Video documental | [Acceder] |
4 | La música prehispánica | Video entrevista | [Acceder] |
5 | La música en el virreinato de la Nueva España | Conferencia | [Acceder] |
6 | La música en México entre 1821 y 1950 | Conferencia | [Acceder] |
El sistema musical donde has crecido deriva de dos tradiciones. Una de ellas es la propia, me refiero a los sonidos, timbres, nociones y actitud artística heredada de nuestros antepasados indígenas, otra arribó con la conquista: la música europea. Aunque el predominio de esta sobre aquella fue y es evidente, hay elementos de la tradición antigua en la ejecución e idiosincrasia musical, que no solo identifica, sino que hace patente la aculturación artística que hace única la música mexicana.
No obstante, es importante ejemplificar de dónde proviene la tradición musical de Occidente. La extraordinaria escritora Ikram Antaki (2004), en su reflexión sobre los orígenes de la música, refiere su uso ceremonial primero, y luego, la utilización de las expresiones artísticas en funciones diversas, siendo en este caso, que la música es y ha sido, un hecho social (pp. 425 y 431). Antaki coincide con Schwanitz (2015) en tanto a que los antecedentes del sistema musical occidental se ubican en la cultura griega. Ya entonces se desarrollaron los primeros tratados de teoría musical, intentando con ello, un acuerdo que diese coherencia a la ejecución de ese sistema en ciernes, donde ya existía una primera escala y una notación musical; justamente, del griego proviene la palabra música y la referencia a Euterpe, diosa griega de la música. Como es sabido, la cultura griega heredó sus elementos a la romana, incluyendo la música, y fue durante la época medieval que la práctica adquirió los elementos que hoy la distinguen.
Así, a lo largo de la Edad Media se desarrolló el sistema de notación musical con Guido de Arezzo (992-1050) y apareció el canto gregoriano, en uso de la voz Humana como instrumento idóneo al culto católico, toda vez que una música subalterna se gestaba en los sectores populares, siendo conocida como música profana, en tanto que la primera era referida como música sacra. A partir de esto, en períodos subsiguientes la música evolucionó en función de los propios requerimientos de la sociedad, gestándose el contrapunto con Palestrina (1525-1594), una forma avanzada de ejecución musical mediante melodías con líneas melódicas distintas, pero correctamente enlazadas. Así mismo, se dieron los inicios de la ópera con Claudio Monteverdi (1576-1643), y la música instrumental con Antonio Vivaldi (1678-1741), experimentándose sentimientos de alegría y tristeza mediante los modos musicales, siendo el menor utilizado para estimular el primero, en tanto que el mayor se usó para la alegría. La música adquiere entonces, un papel en la estimulación de emociones diversas. Eran tiempos de la música cortesana, donde los compositores vivían y producían su arte en consonancia a los intereses de casas nobles, no obstante, así se generó una obra magnífica de preclaros compositores como Johann Sebastian Bach (1685-1770) o de los que hoy en día son considerados fundamentales de la tradición europea, y que corresponden al período conocido como clásico (1750-1825). Aquí están, entre otros, Joseph Haydn (1732-1809), el afamado genio musical Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) y el introvertido Ludwig van Beethoven (1770-1827).
Esta época de la música occidental ha sido catalogada como la máxima expresión del arte mundial, al menos así lo refirió Theodor Adorno (2009) al reflexionar sobre el desarrollo de la música. Este sociólogo y musicólogo alemán explicó, desde su propia perspectiva, que fue durante los siglos XVIII y XIX que la música en Occidente evolucionó hasta niveles que no podrían ser igualados. En su periodización incluía el conocido romanticismo, época de amplio desarrollo del arte de compositores como Franz Schubert (1797-1828), Hector Berlioz (1803-1869), Richard Strauss (1864-1949), Robert Schumann (1810-1856) y Felix Mendelssohn (1809-1847). Sin olvidar aquellos quienes desarrollaron música de expresiones nacionales, como Edward Grieg (1843-1907) a Frédéric Chopin (1810-1849). Hay en este período un amplísimo desarrollo del arte, sobre todo la ópera, tan conocida y difundida en México durante el siglo XIX, con autores como Rossini (1792-1868), Donizetti (1797-1848) y el más afamado de todos: Verdi (1813-1901).
A este punto, el sistema musical europeo era homogéneo en tanto al uso de instrumentos, notación musical y reglas de composición, y sumamente influyente en la parte Occidental del orbe, por lo que las obras de compositores como Richard Wagner (1813-1883), Gustav Mahler (1860-1911), Claude Debussy (1862-1918) o el ruso Igor Stravinski (1874-1951) se difunden en casi todo el mundo, y fueron referentes de la música que progresa en países como México, a donde la música comúnmente denominada clásica, que preferimos denominar de concierto, arribó con la conquista española, continúo en el período republicano como un modo de emular el desarrollo cultural, y se mantuvo durante el siglo XX y al advenimiento del siglo XXI.
Música para escuchar y comprender el tema:
Nombre del video | URL de Youtube |
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Palestrina, Misa del papa Marcello | [Acceder] |
Canto Gregoriano – Kyrie Eleison, Gloria, Sanctus e Agnus Dei | [Acceder] |
Vivaldi, Las cuatro estaciones | [Acceder] |
Mozart, las bodas de fígaro | [Acceder] |
Beethoven, aria de la novena sinfonía | [Acceder] |
(Hasta aquí, desarrollo de la consigna 6)
La música clásica en México
Como ya se ha dicho, la música europea llegó a México con la conquista, y paulatinamente los elementos de dicha tradición se impusieron e instalaron en los distintos ámbitos de la vida cotidiana. A decir de expertos en la materia, no obstante, no pudo compararse el desarrollo musical en Nueva España con Europa, muy a pesar, como criticó el filósofo Samuel Ramos (1939), del esfuerzo de las elites intelectuales del México republicano por emular la cultura europea. Esto significa que la evolución musical durante los trescientos años de presencia española, y los intentos del siglo XIX no permiten siquiera equiparar el arte hecho en las salas de concierto nacionales a las del viejo continente. Hubo, no obstante, un período importante de auge en los años de 1930 y 1940, con el proyecto Vasconcelista musical encabezado por Carlos Chávez y Silvestre Revueltas, pero no se llegó ni un poco, a comparar lo creado en México con lo que emergía no solo en Europa sino en otras latitudes del orbe, y esto se mantiene hasta nuestros días.
Justamente, de esto trata el interesante artículo de Juan Arturo Brennan (2009), quien, con suma crítica, examina el desarrollo actual de la música clásica en México, haciendo ver que tanto la ejecución como la educación musical que se llevan a cabo en México, son “decimonónicas”, lo que significa que, a juicio del crítico musical, lo que actualmente se estudia en México no se compara con la evolución europea, dejando al país en un atraso musical evidente si se tiene en cuenta, por ejemplo, que las principales orquestas sinfónicas y filarmónicas en México, se componen de músicos extranjeros, siendo también evidente que la mayoría de directores de dichas orquestas son también extranjeros, y aquellos nacionales que destacan, tanto en la ejecución como en la dirección, o estudian en el extranjero en toda su formación, o se especializan en alguna institución musical fuera del país, principalmente en Europa.
En suma, la música clásica en México no se compara con la que se desarrolla en Europa, por lo que es requerida una reforma en la educación y la formación social de la música nacional. Y muy a pesar de esto, hay un importante consumo de la ópera y, en general, de la música de concierto, destacando algunos compositores del siglo XIX, como Melesio Morales, autor de Ildegonda, una de las más grandes óperas mexicanas, Ricardo Castro o Julio Ituarte, o el propio Carlos Chávez y Silvestre Revueltas, o los preclaros compositores Juventino Rosas o José Pablo Moncayo, o el contemporáneo y mundialmente conocido Arturo Márquez.
(Hasta aquí el desarrollo de la consigna 7)
Breve acercamiento a la música en México
México es “muchos méxicos” (Cfr. San Miguel, 2016). En efecto, estamos ante una nación diversa, pluricultural y pluriétnica, que puede mirarse desde sus múltiples facetas, una de ellas es la música. En el territorio se ha hecho música, con toda seguridad, desde los primeros vestigios humanos, no obstante, las pruebas documentales de la práctica musical provienen de la época prehispánica. Al respecto, en códices y relatos indígenas, en las relaciones de conquista, testimonios de soldados españoles, como la de Bernal Díaz del Castillo, o en las interesantes crónicas de religiosos, se deja en claro que la música formaba parte fundamental de la vida cotidiana de las culturas originarias en todo el territorio actual de nuestro país. Esas mismas fuentes refieren que las prácticas musicales tenían como objetivo principal el ritual religioso, esto es, la generación de un entorno apropiado para favorecer el vínculo del individuo con sus divinidades. La gente solía danzar al compás de instrumentos de percusión principalmente, y varios hechos de caparazón de animales, como de tortuga, por ejemplo, aunque se utilizaban infinidad de artefactos sonoros, incluyendo lajas de piedra, troncos de árbol o piezas hechas con carrizo o madera para los artefactos de alientos. No se tiene noticia de algún registro a manera de notación musical, pero sí de un sistema musical complejo, que cumplía con las necesidades de una sociedad que ocupaba la música en su vida cotidiana. Este sistema fue reemplazado a la llegada de los conquistadores.
Los primeros músicos europeos que arribaron al nuevo territorio venían con Hernán Cortés. En efecto, algunos conquistadores eran músicos y, como refiere el historiador Jorge Amos Martínez Ayala (2004), traían instrumentos con los cuales ejecutaban piezas de corte popular, lo que por entonces se escuchaba en España. De esta forma, los indígenas escucharon por primera vez notas de un sistema musical ajeno, sistema que finalmente se impuso por la fuerza. Para los misioneros, la música que hacían los indígenas era horriblemente ruidosa, sin estructura ni orden, una visión limitada porque la comparaban con el sistema que ellos conocían y defendían, el europeo. De ahí que los españoles desecharon las formas musicales locales e impusieron el canto llano, desconocieron los artefactos sonoros indígenas e impusieron, paulatinamente, los instrumentos musicales europeos, como el arpa, el violín, el chelo o el contrabajo, esto en cuanto a los cordófonos, y también algunos de alientos, como flautas diversas, trompetas y chirimías. La música local no desapareció, se transmutó conservándose en los sectores populares, no obstante, en los espacios públicos y religiosos se permitió solo la música que los sectores de poder consideraron apropiada al culto católico. Fue con la independencia de México que la música se secularizó.
A finales del siglo XVIII ya se escuchaba en Nueva España los denominados con despecho: sonecitos del país, que no eran otra cosa que expresiones musicales populares. Por todo el territorio se disfrutaban entonces sones, huapangos y canciones, muchas de estas utilizadas a manera de crítica al gobierno virreinal y a la iglesia, siendo ejemplo de esto El Chuchumbé, el Pan de Jarabe o el Jarabe Gatuno. Estas expresiones fueron severamente criticadas como bien refiere la musicóloga Yolanda Moreno Rivas (1979, p. 9), e incluso fueron prohibidas y, no obstante, su uso no solo no se detuvo sino se generalizó, con lo que tenemos una independencia temprana en la música con respecto a las formas musicales españolas, y como se verá en su momento, surgió una música propia, misma que, no obstante, fue de nuevo oculta por el interés de las élites políticas y culturales por impulsar la música europea, esa que, a la vista del filósofo Samuel Ramos (2005), significaba denostar lo propio bajo la idea de que lo extranjero era mejor. Así, a lo largo del siglo XIX se desarrollaron en México dos expresiones opuestas. Por una parte, se impulsó la ópera y su derivación simple, la zarzuela, y otras formas de la música de concierto, como las oberturas, fantasías, sinfonías, valses, etcétera, cultivando dicha música en los teatros, que proliferaron en todo el país, en conciertos organizados en patios de escuelas, en espacios públicos como plazas y jardines, o en los tradicionales portales. Por otro lado, la expresión popular se vio representada en la canción rural, los sones y huapangos y múltiples formas generadas de esa transmutación de la herencia prehispánica, la imposición española y la propia identidad local.
El siglo XX fue el de la consolidación de lo propio. En efecto, en las décadas de 1920 y 1930 se impulsó el proyecto vasconcelista, que en la música proyectó visibilizar la herencia prehispánica a partir de la música de concierto, y con esto, de la mano de los inolvidables Carlos Chávez y Silvestre Revueltas, la música “mexicana” se conoció en todo el mundo, y fueron revaloradas las notas de diversas regiones en la música de Moncayo y Rosas al contemporáneo Arturo Márquez. Al mismo tiempo, en la XEW emerge el mariachi hacia la década de 1930, y en el Norte hacía lo propio el conjunto norteño por esos mismos años, toda vez que en Sinaloa Cruz Lizárraga creaba la banda de música El Recodo, que revolucionó el concepto hasta hacerlo mundialmente conocido.
(Hasta aquí el desarrollo de la consigna 8)
La música prehispánica
A la llegada de los españoles, el México antiguo era rico en expresiones musicales, y aunque las crónicas de los conquistadores y de frailes que los acompañaban, referían a una música estridente, poco artística pues escuchaban con su visión Occidental y no comprendieron el sistema musical prehispánico, sí coinciden en que aquellas sociedades hacían música en todo momento. Ya el ínclito historiador Miguel León Portilla (2003), en su maravilloso libro La visión de los vencidos, recogía testimonios indígenas de los festejos a los dioses (fiesta de Tóxcatl), dejando evidencia de que la música y la danza acompañaba los rituales en lo que fue un uso de la música principalmente religioso. Se sabe que cada pueblo, en el amplio panorama de las culturas originarias en nuestro territorio, y en las distintas etapas de la historia prehispánica, desde los Olmecas y Mayas, hasta los Purépechas y Aztecas, hacían música.
Así, los ritmos creados a lo largo de milenios de historia compartida, el equilibrio entre los sonidos emitidos por los instrumentos, muchos de estos tomados de la naturaleza con una mínima intervención, como el caparazón de tortuga o las lajas de piedra utilizadas a manera del xilófono moderno, y el contexto creado a partir de una indumentaria ritual y los movimientos de la danza que acompañaban la música, permitieron el desarrollo de un amplio y complejo sistema musical sustentado en artefactos sonoros de percusión y alientos, y en uso de la voz como medio de expresión corporal. Este sistema les permitió expresar su religiosidad y a la vez constituir su identidad.
Una periodización común para comprender las etapas de la historia prehispánica es pensar en tres momentos. En el denominado Preclásico (2,500 a. C. al 150 d. C.) se conformaron los primeros centros ceremoniales, en torno a los cuales se hacía música con artefactos sonoros como silbatos y flautas, simples y dobles, algunas “trompetas” realizadas con caracoles marinos, y sonajas confeccionadas con materiales variados, así mismo, se utilizaban tambores de índole diversa. En el período clásico (150 al 900 d. C.) los artefactos sonoros se perfeccionaron y ampliaron de forma diversa, apareciendo variaciones de “trompetas” largas, caparazones de tortuga o sonajas de calabaza, siendo los instrumentos decorados variablemente, considerándolos parte indisociable de los rituales religiosos. En esta época a la música se le atribuye un uso religioso que acompañaba a los individuos en la vida, pero también en la muerte, habiendo en todo caso, evidencia del su uso en ritos funerarios y sacrificios humanos. Finalmente, en el período Posclásico (900 al 1521) los artefactos sonoros se modifican, siendo manufacturados algunos de ellos, con materiales nuevos, destacando en esto el uso de los metales, como el cobre. Así, las sonajas, flautas, tambores, silbatos, solían tener incrustaciones metálicas, que servían de adorno, pero a la vez, modificaban el sonido, haciéndolo distinto al que se emitía en el período anterior.
Al final, la música prehispánica cumplía con una función social y religiosa, vinculante de los miembros de las sociedades de ese México antiguo con sus divinidades.
Música para escuchar y comprender el tema:
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COATLICUE tribu en concierto | [Acceder] |
La música prehispánica | [Acceder] |
Instrumentos prehispánicos | [Acceder] |
(Hasta aquí el desarrollo de la consigna 9)
La música en el período virreinal
Si bien no desaparecieron los elementos de la música prehispánica, los españoles impusieron su sistema sonoro, buscando ocultar las expresiones artísticas indígenas, atribuyendo al arte europeo propiedades divinas. Justamente, la Iglesia dominó también el contexto musical novohispano, logrando que la música se ejecutara en función del culto católico, por lo que casi toda la música producida en el período consistió en misas, cánticos y villancicos formas, todas, de alegoría religiosa. De ese período proviene una música que pretendió emular a la europea, privilegiando la voz como instrumento idóneo para alabar a Dios y las demás divinidades y, no obstante, se dio la incorporación paulatina de instrumentos de cuerda que en Europa revolucionaron la música, como el violín, el contrabajo o el chelo, o los alientos, como el oboe o la trompeta natural, aquella sin el sistema de pistón, de alta dificultad en cuanto a ejecución.
Afortunadamente hay música diversa del período que se ha conservado hasta nuestros días, sobre todo la que se realizaba al interior de las denominadas capillas musicales. En las principales iglesias cabecera de obispado, por todo el territorio se instituyó una especie de escoleta musical donde se cultivaba el arte en función exclusiva de las necesidades de la liturgia, llevándose a cabo un nuevo momento de conquista, de ahí que Lourdes Turrent (2006) haya titulado su libro como La conquista musical de México al proceso de imposición y consolidación del sistema musical español en América. De esta manera, como recientemente ha descubierto el historiador Raúl Heliodoro Torres Medina (2015, 2021) en dos trabajos interesantes y sugerentes, la música se explayó en el espacio sacro, siendo los indígenas evangelizados utilizando la práctica de Euterpe, siendo que estos aprendieron el uso de diversos instrumentos y lo aplicaron en el culto, llevando esa habilidad a las calles pobres de las ciudades o a los campos de villas y poblados. Hubo espacios, incluso, para la práctica musical de la mujer.
En efecto, en los conventos de monjas eran ellas las que hacían la música para el culto, por lo que aprendían a utilizar la voz y a ejecutar el arpa o el órgano. Hubo, incluso, ya en el siglo XVIII, escuelas donde se aprendía la música, tal es el caso del Colegio de Santa María Rosa de Valladolid, donde, desde 1743 se educaba a niñas españolas en las letras y la música, y donde se ha conservado un amplio repertorio de música que ejemplifica la vida cotidiana en la Nueva España (Cfr. Bernal, 1962).
La música significó, entonces, un vínculo entre el individuo y Dios, santos y vírgenes, una función no muy diferente de la música prehispánica, con la diferencia de que, en el espacio público, especialmente en el ámbito rural o popular de las ciudades, una música local, propia, que emergió de la tradición indígena y el nuevo sistema español y que fue denominada despectivamente como canciones del país o sonecitos del pueblo. En efecto, para finales del siglo XVIII la música propia germinaba no solo en el espacio popular sino alcanzaba el sacro, de ahí que el mismo director de la capilla de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México se quejaba ante el virrey que los músicos, al momento de la liturgia, ejecutaban notas y frases musicales que se escuchaban en cantinas y pulquerías (Cfr. León, 1974, pp. 413-415).
De esta manera, la música en el período virreinal ocurrió en el espacio sacro, siguiendo la imposición española, pero emergió hasta ser incómoda para los sectores de poder, una música propia, popular, “nacional”.
Música para escuchar y comprender el tema:
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“Sinfonía en sol mayor”. Por: Ignacio de Jerusalem y Stella | [Acceder] |
“Angélicas Milicias”. Por: Manuel de Sumaya | [Acceder] |
“El Chuchumbé”, son jarocho | [Acceder] |
Pan de Jarabe | [Acceder] |
(Hasta aquí el desarrollo de la consigna 10)
La música en México durante el siglo XIX
La independencia de México fue primero cultural. En efecto, desde finales del siglo XVIII las expresiones musicales apuntaban ya a una nación en ciernes, que se mostraba libre, crítica, propositiva y alegre, y lo hacía mediante los sones, huapangos y canciones, formas artísticas que daban voz a los sectores populares. Al establecimiento de la República la música fue considerada fundamental. Para el musicólogo Ricardo Miranda (2013), el arte de Euterpe fue un medio para “civilizar” al nuevo ciudadano, ya que se tenía la idea de que, cultivando la música de concierto europea, el mexicano habría de adquirir el nivel cultural de Inglaterra, Francia, Italia o España, favoreciendo la propia evolución nacional. Fue tal la intención de ello, que por todo el país se organizaron asociaciones filarmónicas y literarias, como la que creó el talentoso músico vallisoletano Mariano Elízaga en 1824 en la Ciudad de México, siendo el primer ejemplo del interés por formar músicos laicos, libres de ejecutar las formas que arribaban de Europa ya sin las limitaciones impuestas por la música sacra.
Arribaron entonces, del género de concierto: sinfonías, oberturas, fantasías, valses y, por supuesto las preferidas óperas y el denominado género chico, las zarzuelas. Entre la música europea se cultivó también lo popular, como las canciones, la polka, la mazurca o el schottisch, entre otros. Todos estos géneros se adaptaron a la realidad local y, aún más, proliferaron en la geografía nacional de la autoría de los cada vez más compositores mexicanos, sin olvidar las mujeres compositoras, quienes crearon mucha música que seguía las reglas del género de concierto o popular europeo, pero que incluía elementos de la herencia histórica de ambos mundos: el indígena y el hispano.
En cuanto a los grupos musicales, fueron comunes los conjuntos de cuerdas tal y como se venía haciendo en el virreinato, pero estos evolucionaron hasta crear un grupo que fue conocido como orquesta típica, siendo la primera la que organizó en 1880 el músico mexicano de origen italiano, Carlos Curti, esto en la Ciudad de México, siendo que en provincia aparecían conjuntos del tipo referido, tal y como ocurrió en Zacatecas con una típica de ese estado, donde también se organizó una de mujeres que hizo giras no solo al interior del país sino en los Estados Unidos (Cfr. Medrano, 2021). Hubo otros conjuntos o músicos solistas, que ejecutaron el amplio y variado repertorio generado durante el siglo XIX, que incluía la música patriótica y aquella que reflejaba el nacionalismo: himnos, marchas y canciones, repertorio que fue ejecutado además por la banda de música de viento.
De procedencia virreinal, las músicas que venían con los destacamentos virreinales pronto evolucionaron cuando se inventó el sistema de pistón, esto hacia 1818 (Alemania), con lo cual se generaron nuevos instrumentos: trompetas, trombones de pistón, sax horn, barítono, tuba, se inventaron otros, como el saxofón, y algunos más se modernizaron, como los clarinetes. Esto favoreció la aparición en México, a mediados del siglo XX, de las modernas músicas de viento, que se convirtieron en el conjunto por excelencia en todo evento cultural, ya fuese en plazas y jardines, en paseos o portales, en teatros o hasta en zonas arboladas.
La música se convirtió, como se decía al inicio, en la actividad preponderante de los sectores del poder para construir una sociedad moderna, y acompañó a la sociedad decimonónica en el largo proceso de consolidación del país, por ello, la música acompañó las funciones de teatro, el circo, la elevación de globos aerostáticos, las pastorelas de las escuelas públicas, los conciertos, audiciones y serenatas en los festejos patrios, los onomásticos u honras fúnebres de los héroes nacionales (Vid. Mercado, 2022), y las populares corridas de toros y peleas de gallos. Por tanto, la música fue la mejor acompañante de la vida cotidiana de la sociedad mexicana del siglo XIX, y bien podría decirse que en dicho período se generó mucha de la mejor música de la historia nacional, desde la monumental Ildegonda, de Melesio Morales, a Ecos de México, de Julio Ituarte, o las hermosas sinfonías de Ricardo Castro, los Aires Nacionales de Miguel Ríos Toledano, o las sensibles y bellas composiciones de la afamada y mundialmente conocida Ángela Peralta.
Música para escuchar y comprender el tema:
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“Fandango de la independencia”. Por: Grupo Segrel | [Acceder] |
“Ildegonda” (acto 1). Por: Melesio Morales | [Acceder] |
“Sinfonía número 1”. Por: Ricardo Castro | [Acceder] |
“Ecos de México”. Por: Julio Ituarte | [Acceder] |
“Netzahualcóyotl”. Por: Melesio Morales. | [Acceder] |
Aires Mexicanos. Op. 10 | [Acceder] |
“El deseo”. Por: Ángela Peralta | [Acceder] |
“Marcha Zaragoza”. Por: Aniceto Ortega | [Acceder] |
(Hasta aquí el desarrollo de la consigna 11)
La música en México en el siglo XX
La Revolución Mexicana cambió todo. Se cuestionó el pasado atribuyendo al porfiriato los grandes males del pueblo mexicano, sobre todo de los sectores populares, y aunque hubo continuidades, se (re) pensó la nueva realidad en la búsqueda de lo auténticamente nacional. Hubo sendos proyectos al respecto. En 1926 se llevó a cabo el primer Congreso Nacional de Música donde, como bien examinó la investigadora María Esther Aguirre Lora (2016), se discutió como eje principal, el folklore nacional en la música, centrando el interés en solucionar la gran pregunta: ¿en dónde reside el nacionalismo musical mexicano?
Ocurrió entonces un interesante proceso de revalorización de lo propio, en el cual compositores como Manuel M. Ponce o el inolvidable José Pablo Moncayo, entre otros, reconocieron con su música, el valor de las expresiones regionales, aquellas de los sectores olvidados en el porfiriato, vinculando la cuestión con la identidad del pueblo mexicano y no solo de algunos sectores. Se inició en consecuencia, un ambicioso proyecto educativo y cultural de la mano del preclaro escritor y político José Vasconcelos. Entendiendo la necesidad de alfabetizar culturalmente la nación mexicana, y con el apoyo del extraordinario compositor Carlos Chávez, se gestó un plan para (re) valorar la música propia, por lo que se rescataron sonidos e instrumentos de la tradición prehispánica, algunos más de la tradición europea que arribaron con la conquista y durante todo el período virreinal, y se recogió del mismo modo, la herencia decimonónica, y todo para presentar en el formato sinfónico, toda la herencia musical de México, esto en un muy natural interés por compartir dicha herencia a todo el mundo. Hay que decir que no se trató de “elevar” ni los sonidos ni instrumentos, y en general, la música mexicana, al incorporarla a arreglos y composiciones de corte sinfónico, sino de presentarla en este formato para que fuera ampliamente conocida y disfrutada por otras culturas.
De este proyecto surgieron piezas sumamente bellas, como La noche de los Mayas y Sensemayá, obras monumentales de Silvestre Revueltas, o Sinfonía india y Xochipilli, ambas de la mente creativa de Carlos Chávez. En estas genialidades musicales se ofrece una magnífica representación de las raíces prehispánicas de ese México profundo (Vid. Bonfil, 2019), y en otras, como el Huapango del inolvidable José Pablo Moncayo, se representa la idiosincrasia musical de las regiones rurales de la nación, y no olvidar las muestras del talento musical que, en obras como Sobre las Olas o Carmen, del guanajuatense Juventino Rosas, se refleja el estilo “mexicano” en géneros de tradición de concierto.
En suma, el desarrollo de la música en México durante el siglo XX se vertió al género de concierto, recuperando, como se ha dicho, sonidos e instrumentos de las tradiciones ancestrales, no obstante, en otro sentido también se cultivó la música popular, manteniéndose los sones, huapangos y canciones, siendo novedosa la creación y consolidación de tres grupos altamente significativos: el mariachi, la banda de música y el conjunto norteño.
Como bien se deduce de las clásicas investigaciones de los historiadores Arturo Chamorro (2006) y Álvaro Ochoa Serrano (2008), el mariachi, conjunto de cuerdas y alientos, nació en el seno de la XEW en la década de 1930, y aunque sus antecedentes estén en el antiguo conjunto de guitarras y violines del cual se sabe, ejecutaba en los fandangos en Jalisco y Nayarit desde el siglo XIX, fue en los inicios de la industria radiofónica que tal conjunto adquirió el instrumental y vestuario que lo caracteriza, consolidándose como representante de lo “mexicano”, siendo reconocido en 2011 como patrimonio nacional. Su repertorio ejemplifica las regiones y los sonidos de México, y es hacia el exterior el conjunto que mejor nos refleja.
En tanto a la banda de música de viento, ocurrió la continuidad de las músicas decimonónicas, ya que mantuvieron vigencia luego de la Revolución Mexicana y el resto del siglo XX y hasta nuestros días, no obstante, también en la década de 1930 sucedió su evolución a un conjunto de entre 15 a 18 elementos, esto es, mucho menor en cantidad que las bandas porfirianas, y que, inspirado en las orquestas norteamericanas como la de Glenn Miller, conformaron un conjunto que ejecutó desde swing a canciones, sones y corridos, e incluso boleros y cumbias, haciéndose notar en la tradición popular como la expresión breve y concisa de la música de alientos; fue, en este caso, la banda El Recodo, del sinaloense Cruz Lizárraga, o las bandas Limonense, de El Grullo, Jalisco, o la propia banda La Costeña, también de Sinaloa, algunas de las pioneras en tanto a esta particular música popular.
Finalmente, tenemos el conjunto norteño. Los estudiosos Luis Omar Montoya Arias (2014) y Luis Díaz-Santana Garza (2015) coinciden que el acordeón y el bajo sexto, instrumentos centrales de ese particular grupo, se encontraron en la ciudad de Monterrey en algún momento en la segunda mitad del siglo XIX, naciendo ese dúo que ha sido inseparable al día de Hoy. Un dato curioso, sin embargo, es que el auge del conjunto se inició en la década de 1930, cuando ocurrieron las primeras grabaciones que tuvieron una amplia difusión no solo en México sino en Estados Unidos y en países como Colombia. El norteño, al igual que el mariachi y la banda de viento, reproduce un repertorio variado, pero destaca aquél que refleja los sentires e intereses de los sectores populares, y ha evolucionado a nuestros días con innovaciones en cuanto a la conformación instrumental, manteniendo, no obstante, el acordeón y el bajo sexto como ejes de tan singular conjunto.
La música mexicana durante el siglo XX, para concluir esta parte, no puede limitarse a ciertos grupos o géneros musicales, ya que la geografía de México es no solo amplia y diversa sino también pluricultural y pluriétnica, y existen grupos tan diversos como las propias culturas, por lo que esta parte es solo un acercamiento a nuestra música nacional.
Nombre del video | URL de Youtube |
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“La noche de los Mayas”. Por: Silvestre Revueltas | [Acceder] |
“Sensemayá”. Por: Silvestre Revueltas | [Acceder] |
“Sinfonía india”. Por: Carlos Chávez | [Acceder] |
“Xochipilli”. Por: Carlos Chávez | [Acceder] |
“Huapango”. Por: José Pablo Moncayo | [Acceder] |
“Sobre las olas”. Por: Juventino Rosas | [Acceder] |
“Carmen”. Por: Juventino Rosas | [Acceder] |
“El cascabel”. Por: Lorenzo Barcelata | [Acceder] |
“El sinaloense”. Por: Banda El Recodo | [Acceder] |
“Callejón sin salida”. Por: Los relámpagos del norte | [Acceder] |
(Hasta aquí el desarrollo de la consigna 12)
Las regiones musicales de México
Iniciamos esta clase con la idea de que México es muchos méxicos, lo que significa que estamos ante una nación diversa, pluriétnica y pluricultural. Esto implica reconocer que contamos con una variedad innumerable de realidades culturales, por lo que resulta complicado enmarcar una cultura en un espacio determinado por lo diverso, decíamos, del territorio en cuanto a los grupos que coexisten en él. No obstante, para fines metodológicos de estudio de, territorio actual mexicano, un grupo de investigadoras e investigadores de la música, se reunieron para debatir sobre una forma de estudiar la música en México, y su esfuerzo derivó en un interesante libro coordinado por el inquieto investigador Omar Cerrillo (2018), titulado Cardinales musicales. Música para amar a México. Al respecto, resulta necesario terminar esta clase digital explorando los puntos principales del libro en cuestión, ya que la propuesta no solo es útil sino indispensable para pensar la nación musical mexicana.
En el trabajo se plantea mirar el territorio mexicano en cinco regiones musicales. A saber:
- Región Occidente
- Región Norte
- Región Centro
- Región Oriente
- Región Sur
La región Occidente es la tierra del mariachi. Ahí es donde surgió ese particular conjunto y se consolidó su imagen como la de todo el país. Es el terruño de la imagen del charro cantor mexicano que lució imponente en el llamado cine de oro, es la región del vestuario elegante y del cantar alegre. Se trata de la zona del país cuna de varios de los más afamados representantes de la música mexicana, desde Manuel M. Ponce, quien iniciara formalmente el estudio de la música mexicana del siglo XX, al cantor del pueblo, José Alfredo Jiménez, sin olvidar la inolvidable María Grever, autora de Júrame y Mariquita linda, entre muchas otras. Es la región del país donde nació Consuelo Velázquez, autora de Bésame mucho, la canción que más se ha grabado en el mundo, y aquí se ubica Garibaldi, la plaza mundial del mariachi, a donde se vive el folklore nacional al confluir cancioneros que representan diversas zonas musicales del país.
La región Norte de México es la zona por excelencia del conjunto norteño. Ahí arribó el acordeón, instrumento que acompañaba a varios inmigrantes alemanes, y ahí, del Bajío guanajuatense arribó el bajo sexto, siendo inseparables. En el Norte se escucharon los Cadetes de Linares, Ramón Ayala y Cornelio Reyna, dos exponentes históricos del conjunto, y allá también surgió el famoso Piporro, cuyas grabaciones llegaron a países como Colombia, donde nació una derivación en la denominada música de carrilera. Del Norte son los internacionales Tigres del Norte y de allí mismo el prolífico compositor Roberto Cantoral.
Por su parte, en la región Centro tenemos aportes importantes en la música, desde el entorno de concierto al rock. Ahí se mantienen vigentes sonidos y ritmos de herencia prehispánica, de esa zona son personajes indisociables de la vida musical contemporánea, tales como el ya mencionado Carlos Chávez y su nacionalismo musical, el peculiar Alex Lora, el prolífico Manuel Esperón y la cantante de ópera más grande de la historia de México: Ángela Peralta.
La región Sur es la de la Tierra Caliente de México, la del zapatismo y la música oaxaqueña, de ahí es la guitarra de golpe y el baile de tarima, ese espacio corto donde se tejen historias de comunidad al son del zapateado. Esa es la tierra de la chilena y el son isleño, allá donde nació Álvaro Carrillo Alarcón, el inolvidable compositor de Sabor a mí, canción que nació cuando, en una bohemia, al dar carrillo un beso a su esposa, ella le dijo que su beso sabía a vino, a lo que el compositor le dijo que su beso sabía a él; nació así la pieza mexicana que se ha traducido a infinidad de idiomas, desde inglés al francés e incluso al mandarín. En la región se desarrolló Juan Gabriel, compositor michoacano mundialmente conocido, y Lila Downs, una digna representante del folklore contemporáneo. Ahí, también, nació Silvestre Revueltas, la comparsa musical de Carlos Chávez.
Finalmente está la región Oriente, que es la zona del son huasteco, donde el mestizaje dio paso a múltiples expresiones musicales al confluir raíces indígenas con la vena africana que llegó con la conquista. Esta es también la región del huapango, que se caracteriza por el estado donde se desarrolla, por lo que se tiene un huapango veracruzano de ritmo lento pero profundo, otro que es de San Luis Potosí y que se caracteriza por un ritmo fuerte, de adornos musicales variados y uso del falsete. Hay también un huapango hidalguense donde la melodía es sencilla, pero con falsete alto, o el huapango queretano y el poblano, cada uno con sus particularidades sonoras y rítmicas. Esta es la región del afamado son jarocho, inspiración de toda la música mexicana, y donde la marimba y el arpa dan vida a la nacionalidad popular. Es la tierra del gigante Armando Manzanero, del revolucionario musical Julián Carrillo y del “flaco de oro”, Agustín Lara, aunque también hay representantes actuales, como Aleks Syntek.
(Hasta aquí la consigna 13)
Conclusión
Esta clase ha sido oportuna para conocer el México musical. Hemos hecho un recorrido histórico de músicas, músicos, géneros, conjuntos musicales y representaciones de cada una de las regiones propuestas como ejes de estudio de la musicalidad mexicana. Por lo grande del territorio, pero, sobre todo, por la diversidad cultural del país, es imposible representar todo, citar cada expresión particular, por lo que se ha intentado dar un recorrido necesario para ver la grandeza musical de nuestro país.
Te recomiendo que escuches mucha música, la más que puedas, y podrás admirar nuestra realidad ahora desde el precioso arte de Euterpe.
¡Has llegado al final de la última clase del curso, muchas felicidades! Ha sido un gozo compartir contigo este trayecto formativo. Deseo que haya cumplido tus expectativas y encuentres satisfacción en los temas abordados, así como con tu desempeño y compromiso. Para concluir de forma correcta, te invito a realizar las siguientes actividades. Espero encontrarte nuevamente, ¡hasta pronto!