Relaciones de poder y asimetrías de género
Desarrollo del tema
La perspectiva de género sirve para identificar cómo se producen y reproducen relaciones de género dentro de situaciones concretas, y en ellas visualizar y reconocer la existencia de relaciones jerárquicas y desiguales entre las personas que están determinadas por el género. Por ello, es importante introducir un nuevo elemento: el poder.
Para Michael Foucault (1998), las relaciones humanas en lo general están basadas en el poder, que es la relación entre quien lo ejerce y otras personas. Una de las nociones tradicionales de poder es la de Habermas (2000) que lo conceptualiza como la “posibilidad de imponer en cada caso la propia voluntad al comportamiento de los demás”, es decir, es la capacidad de dominación que tienen unas personas o grupos sobre otros.
En contraposición, Hannah Arendt (1992) señala que el poder nunca es una propiedad individual, sino que pertenece a un grupo y existe en la medida en que permanece dicho grupo. Sostiene que no puede ser reducido a un medio puesto a disposición de un fin, ya que es la condición que genera que, por ejemplo, un gobierno lo utilice y actúe conforme a lo que considera conveniente. Establece que el poder tiene un carácter potencial, por lo que puede realizarse pero no materializarse plenamente.
Más allá de los debates, para los fines de este curso entenderemos el poder como “una relación en la que una parte posee la capacidad de ejercer dominio sobre otra” (SCJN, 2020, p. 26). Así, el ejercicio del poder está determinado por condiciones y factores de género, identidad de género, expresión de género, orientación sexual, religión, nivel de estudios, clase, religión, edad, estado de movilidad, discapacidad, entre otras. En la medida en que concurren más de alguna de estas características y condiciones, las personas pueden experimentar mayor opresión.
Por ende, hemos de entender como relaciones de poder las interacciones dinámicas en donde una persona ejerce poder sobre otra. Estas se producen en función de las jerarquías que, a su vez, surgen de las dinámicas de subordinación (Lagarde, 1997). Asimismo, las relaciones de poder se ven reflejadas en las posiciones asimétricas; en este sentido, para Bordieu (1998) el espacio social se encuentra organizado en función de tres dimensiones: el capital económico, el capital cultural y el de género, de manera que cada una de estas dimensiones va planteando asimilaciones a lo que quienes detentan el poder consideran como importante, como el núcleo duro.
Rita Segato (2016) señala que la “centralidad de las relaciones de género” es el carácter binario (hombre-mujer) de la esfera pública (lo social, la política, la calle, etc.), vinculada a los hombres por encima de la esfera privada (lo personal, la familia, el hogar, la intimidad, etc.), que se liga a las mujeres. Ese binarismo va construyendo “verdades” que adquieren un valor universal, globalizan y totalizan lo masculino, y construyen un carácter residual y marginalizado para lo femenino.
El ejercicio del poder se ve reflejado en la producción y reproducción de relaciones de género asimétricas o desiguales que sitúan en una posición de desventaja a una persona frente a la otra. Algunos ejemplos de ellos son:
- Imponer a la mujer el cuidado y crianza de las y los hijos mientras que el hombre sea el proveedor.
- Negar a las personas que no son cisgénero y que no tienen relaciones heterosexuales el casarse.
- Normalizar que una persona de hospital llame a las enfermeras “mamacita”, “mi amor” o “preciosa”.
Al hablar de relaciones de poder y asimetrías de género, es indispensable dejar en claro el concepto de sistema patriarcal. Este, de acuerdo con Millet (1970, citado en SCJN), es un orden social basado en la división sexual del trabajo y en un conjunto de acciones y relaciones estructuradas de acuerdo con el poder; en él, las mujeres están subordinadas a los hombres y son concebidas como inferiores. “El patriarcado es un orden social genérico de poder, basado en un modo de dominación cuyo paradigma es el hombre. Este orden asegura la supremacía de los hombres y de lo masculino sobre la interiorización previa de las mujeres y de lo femenino. Es, asimismo, un orden de dominio de unos hombres sobre otros y de enajenación entre las mujeres” (Lagarde, 1997, p. 52).
El sistema patriarcal está presente en muchos aspectos de la vida cotidiana y se refleja en prácticas continuas que lo fortalecen como son los roles y estereotipos de género, los pactos patriarcales entre los hombres, la división sexual del trabajo, entre otras. Todas las personas podemos participar en la construcción de sociedades igualitarias, un primer paso es reconocer las desigualdades que se generan a partir de las relaciones y asimetrías de poder; un segundo paso es hacer conciencia de las formas en que participamos de esas desigualdades; y un tercer paso es comenzar a cambiar nuestra forma de pensar, de actuar y posicionarnos frente a las problemáticas que aquejan prioritariamente a ciertas poblaciones.
Diversos movimientos reconocen que el sistema patriarcal afecta a mujeres y hombres ya que frente a él nadie quedamos exentos. Esta urgencia de participar en sociedades más justas nos compete a todas, todos y todes.