El capital social y su amplificación en la era digital
Introducción
Una vez que la digitalización se hizo presente en la mayoría de las dinámicas sociales, todo proceso que nos permitía relacionarnos y establecer vasos comunicantes fue modificado. La implantación de las TIC a nivel global generó un amplio abanico de herramientas digitales de libre acceso que provocaron un incremento en las acciones colaborativas de la sociedad; acciones que buscaban un beneficio común. Por supuesto, las iniciativas ciudadanas que implican autogestión, control y participación activa de la colectividad rumbo a la concreción de sus intereses han existido durante décadas, generando lo que hoy llamamos capital social. El capital social está encarnado por la potencia colectiva que produce movimientos y tendencias sociales, gestionando recursos hacia el bienestar de una comunidad.
Con la llegada de las TIC al ámbito de las comunicaciones, se han creado herramientas tecnológicas que posibilitan a la sociedad civil un aumento significativo en la creación de capital social, permitiendo que la cooperación y colaboración ocurra a través de las plataformas digitales. La Web 2.0 ha provocado que las interacciones sociales modifiquen su naturaleza: ya sea a nivel individual o colectivo, entre instituciones o estados, en el ámbito público o privado, las dinámicas de gestión se han transformado, así como la percepción respecto al tiempo y el espacio. En palabras de José Fernández Tejada (2012), la web ha fomentado “la participación colectiva y gratuita basada en tecnologías abiertas, flexibles y fáciles de utilizar”, al tiempo que ha generado “espacios virtuales de interacción entre personas y servicios”. Estos espacios se traducen no solo en las distintas redes sociales que hoy tenemos a nuestro alcance, sino en los portales educativos, de e-commerce o fondeadoras que hoy funcionan como herramientas aliadas de la sociedad civil en tanto que son usadas para difundir eventos desfavorables en busca de apoyo mutuo, intercambiar servicios comunitarios, o bien buscar patrocinios ante determinada causa.
No es de extrañar que en nuestros días la mayoría de servicios y áreas del conocimiento han optado por abrir una plataforma digital que les permita existir en el universo virtual y les garantice una ventana a un gran número de personas, donde la comunicación ocurre de manera bidireccional, sincrónica y cuyos parámetros son definidos no solo por las compañías tecnológicas, sino por la sociedad civil.
Sociedad civil
“Aquella que alude a las organizaciones, movimientos y asociaciones, así como a las relaciones entre ellas; es decir, a todo aquello que no es ni Estado ni mercado, pero que necesita de ellos para sobrevivir […]. La sociedad civil se convierte de este modo en un espacio propicio para ejercer los principios de la ciudadanía democrática, es decir: la participación […] entendida como un conjunto interrelacionado de grupos intermedios entre el individuo y el Estado” (Requena, 2008: 8).
La participación de la sociedad civil dentro de los espacios digitales se ha convertido en un recurso indispensable no solo en los aspectos relacionados con el comercio, sino en las discusiones a propósito de las políticas en temas en economía, salud o cultura. Los nuevos formatos en que la comunicación y las interacciones sociales ocurren han propiciado diferentes rutas para acentuar la presencia de la sociedad civil en los Estados, por ejemplo:
- Incrementan las posibilidades de organización para la sociedad civil sin necesidad de apegarse a las instituciones oficiales.
- En temas de transparencia, la web permite el acceso a datos que anteriormente eran guardados en archivos físicos de difícil acceso.
- Se fomenta el derecho a la participación y el ejercicio democrático mediante la difusión de escenarios democráticos en distintas plataformas.
- Todo ciudadano (académico, estudiante, comerciante, activista) es susceptible a formarse como líder de opinión para beneficio de su comunidad o frente a una causa.
- Se amplifica la audiencia hacia temas urgentes y de interés colectivo, como la sustentabilidad y el medio ambiente.
- La agenda ciudadana se posiciona ante los medios masivos, de modo que resulta más fácil identificar las posibilidades de colaboración, agentes de apoyo y diseño de estrategias encauzadas al bien común.
De este modo, es posible que la ciudadanía encuentre soluciones a determinados problemas sociales: desde el fomento a la participación activa mediante web interactivas, apps cívicas o incluso redes sociales. La instantaneidad con que la comunicación sucede en los espacios virtuales genera en las personas la sensación de que su participación es más fácil (sin los aspectos que envuelven la burocracia presencial, por ejemplo) y asequible en cualquier momento o lugar.
Las redes digitales como articuladoras del espacio social democrático:
- Son una alternativa eficiente a la comunicación física, pues no está limitada a las barreras espaciotemporales.
- Posibilitan la creación de estrategias políticas: los ciudadanos tienen más contactos y mayor facilidad para autogestionarse.
- La toma de decisiones se vuelve más eficiente al contar con la presencia virtual de todos los involucrados en determinada cuestión.
- La infraestructura informática vuelve las relaciones intelectuales más tangibles, de modo que el capital relacional es susceptible de aprovecharse.
- Abonan a disminuir el tiempo, la energía y los recursos destinados a la deliberación: la solución es más rápida.
- Empoderan a los ciudadanos, sobre todo a los grupos que históricamente han sido excluidos de discusiones públicas (colectivos racializados, identidades sexogenéricas disidentes, etc.).
- Reducen la distancia entre las instancias gubernamentales y la sociedad civil.
La libertad de interacción, participación y colaboración caracteriza a las redes sociales digitales, permitiendo la construcción de intercambio o conocimiento colectivo. Es en el espacio digital donde coexistimos de forma autónoma y donde además es posible obtener instrucción o formación para participar activamente en las disertaciones públicas. A partir de esta clase de participación se genera el capital social, entendido como “las redes, normas y confianza que facultan a los participantes a actuar juntos más efectivamente para lograr objetivos comunes” (Putnam, 1994:8).
Por supuesto, para generar capital social dentro de una sociedad digitalizada, es necesario poseer una serie de habilidades: por un lado, aquellas que nos permitan manipular las tecnologías y hacer uso de las distintas plataformas por las que se establecen las redes colaborativas; por otro, tener en cuenta que el bien común es un fenómeno dinámico que responde a valores y derechos universales. Para que las tecnologías sean un instrumento eficaz enfocado al bienestar colectivo, es necesario colocar las experiencias humanas en el centro, a la par de la construcción voluntaria intencionada de generar recursos equitativos, regidos por el respeto a la libertad del otro. Debido a que el capital social se estructura de forma heterogénea, las agrupaciones ciudadanas deben contener principios rectores de cooperación y reciprocidad asentada sobre la confianza, solo de esta forma podrán enfrentarse a retos cómo la precariedad, la vulnerabilidad ante la la falta de seguridad o la enmienda de conflictos.
El capital social digital
Una vez que hemos distinguido la forma en que opera el capital social, cuya potencia reside en la ramificación de oportunidades hacia el beneficio común mediante la colaboración, podemos trasladar este concepto hacia los entornos virtuales. Nos constituimos en el terreno de lo digital a partir de la configuración de nuestro perfil, no obstante, la identidad digital se construye también a partir de las organizaciones a las que pertenecemos y las redes a las que nos sumamos desde distintos roles: en ocasiones es posible adquirir autoridad o influencia que nos vuelve competentes para alcanzar determinados objetivos. Por supuesto, sin las plataformas digitales como espacio de socialización y colaboración, no sería posible la génesis y desarrollo de una red de contactos que permiten lo que hoy llamamos capital social digital:
El concepto de capital social digital responde a la idea de oportunidades creadas en el ámbito digital. Cualquier usuario que haya estado determinado tiempo en internet es consciente del potencial que encierra la red a nivel de opciones y posibilidades para generar capital social, como el crowdfunding para nuevas propuestas o proyectos, el crowdsourcing de información o el potencial de respuesta inmediata para cuestiones de desastres naturales y para recolectar información, asistencia y contestación en el mismo momento a situaciones no previstas (Trijueque, 2019).
Así, las interacciones que las personas ejecutan en la red, así como los conocimientos y competencias que se generan en los espacios digitales, constituyen activos valiosos que la sociedad civil puede gestionar para encauzarlos hacia los fines comunitarios necesarios. En estos días, es fundamental que los ciudadanos administren sus relaciones en la web optimizando sus beneficios, al tiempo que construyen una identidad digital adecuada para sus propósitos.
Es necesario señalar que, para que la cooperación entre perfiles digitales genere capital social digital, debe enfrentarse a una serie de retos de distintas índoles, aquí mencionamos algunos de ellos:
- Eliminar las barreras entre organizaciones analógicas y digitales, rumbo al diálogo y participación entre ambas.
- Generar las condiciones para que el capital social se reparta de manera justa e imparcial. Recordemos que numerosas zonas aún no cuentan con acceso a las TIC, o bien no poseen la alfabetización digital necesaria para manipularlas.
- Proveer las condiciones necesarias para incentivar la participación activa de la comunidad, sosteniendo que el capital social digital puede generar transformaciones necesarias.
Afianzar la idea de que la Web 2.o y los espacios sociales que se han derivado de ella (redes sociales, blogs, wikis, apps, etc.) pueden crear oportunidades para solventar problemas sociales a través de peticiones, tendencias, hacktivismo y crowdfunding puede abonar a la sociedad de manera positiva. A ello se suman cuestiones como la economía colaborativa (Blablacar, Airbnb, Kofi); las herramientas que implican responsabilidad colectiva ante el estado de la tierra (apps para separar residuos, ahorrar combustible, curar plagas, etc.); o bien, el nacimiento de comunidades que visibilizan y generan empatía con pacientes de enfermedades raras o diagnósticos complicados.
Los cambios en las relaciones sociales han sido determinantes hacia lo que hoy se conoce como filosofía 2.0: se trata de una sociedad que busca satisfacer sus intereses y necesidades a través de la colaboración y, sobre todo, del logro de las metas comunes: “nada humano me es ajeno”, dicta el proverbio latino.