La educación superior dentro de la sociedad del conocimiento: rumbo a las ecologías del aprendizaje

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La educación superior dentro de la sociedad del conocimiento: rumbo a las ecologías del aprendizaje

Introducción

Como una de las instituciones sociales por excelencia, la universidad camina a la par del desarrollo humano: promueve el progreso social, fomenta valores y legitima el conocimiento, al tiempo que contribuye a la generación de nuevas formas de pensar y comportarse (Barnett, 2008; Sosa, 2011). Tiene, además, un carácter dicotómico: a la par que regula o ejecuta acciones que dinamizan el entorno social y orientan el desarrollo científico, técnico y artístico; cuestiona su papel como institución de educación superior, sus obligaciones y sus decisiones.  

Este conjunto de características posiciona a las universidades como instituciones fundamentales en el siglo XXI, pues son estos rasgos los que le permiten identificar expectativas y demandas no solo a nivel diacrónico, formando profesionales en las distintas áreas del conocimiento, sino en un contexto marcado por la incertidumbre:  las universidades son espacios centrales para las coyunturas históricas, ejemplo de ello es lo ocurrido recientemente con las investigaciones a propósito del COVID-19 y las iniciativas universitarias para proteger a la sociedad del virus que colocó al mundo entero en una contingencia de numerosos meses. Es por estas razones que resulta necesario evaluar el futuro de la universidad, contemplando dos de sus elementos decisivos al momento de replantear estrategias hacia la reconfiguración de las instituciones de educación superior en lo que hoy llamamos la sociedad del conocimiento:

  • Estudiantes. Los cambios en el entorno donde se han desarrollado las generaciones más jóvenes han modificado en múltiples aspectos sus expectativas y necesidades: los formatos culturales han reformado las formas de aprender y ser partícipes de las instituciones universitarias. Por otro lado, la realidad sociolaboral a la que se enfrentan los nuevos egresados está signada por la inestabilidad de las profesiones y la tendencia a la obsolescencia del conocimiento. Los estudiantes  deben ser capaces de ser autónomos en sus procesos de aprendizaje, deben poseer herramientas cognitivas y conceptuales que les permitan procesar información y, sobre todo, comprenderla y aplicarla a su realidad. 
  • Docentes. Una vez identificadas las nuevas demandas estudiantiles, los docentes universitarios deben adquirir las habilidades necesarias para diseñar escenarios educativos que respondan al paradigma actual en temas de enseñanza-aprendizaje, cuyas principales características obedezcan a los efectos de la globalización (económica, política, cultural, social) y al vertiginoso desarrollo tecnológico. El personal docente actual se enfrenta a un amplio abanico de demandas e implicaciones que deben atenderse de forma efectiva en las áreas de formación y profesionalización.

El desafío de la educación universitaria será vincular los procesos entre estudiantes y docentes de una forma innovadora, respondiendo a las transformaciones del entorno que hoy exigen el dominio de nuevos discursos, códigos y herramientas para insertarse en la sociedad del conocimiento. Para ello, las instituciones de nivel superior deberán tener en cuenta la metamorfosis que actualmente se lleva a cabo en temas de aprendizaje (Maina & García, 2016), dicha metamorfosis está sostenida por cuatro aspectos fundamentales:

  1. La conectividad de las redes: actualmente existe un nivel de interacción entre pares nunca antes visto. 
  2. El empoderamiento del alumno: es el estudiante quien decide qué y cómo desea aprender.
  3. La desaparición de las barreras espaciales y temporales: con las tecnologías adecuadas, el tiempo y la geografía no son limitantes.
  4. El aprendizaje informal: las formas en que los usuarios navegan entre redes de conocimiento han generado que, a la par del conocimiento que se genera desde los espacios académicos, se obtenga otra clase de conocimiento inadvertido que brinda o desarrolla un amplio abanico de habilidades.

Estos aspectos configuran lo que con anterioridad hemos acotado como conectivismo, una de las teorías más innovadoras sobre el aprendizaje signadas por la manipulación de las tecnologías y la noción del intercambio de información entre nodos como generador de conocimiento. El conectivismo se nutre de herencias filosóficas como el concepto de rizoma, postulado por los franceses Deleuze y Guattari (1972). El rizoma es una estructura que no tiene centro, sus elementos generan reciprocidad entre ellos; en la aplicación de esta noción al aprendizaje (Cormier, 2008), el conocimiento se construye no solo con las contribuciones de los expertos, sino que se moldea desde las aportaciones de todos los involucrados en una red determinada que se actualiza gracias al dinamismo comunicativo que ofrecen las tecnologías.

El aprendizaje autodirigido: qué, cómo y cuándo aprender

Con la implantación de la tecnología en el ámbito educativo y la consecuente disposición del contenido en distintas áreas del conocimiento, ha surgido la idea del aprendizaje a lo largo de la vida, producido en contextos formales e informales y donde la adquisición de nuevas habilidades es en ocasiones intencional, o bien resultado de una oportunidad. No obstante, para que esto suceda, cada persona debe apropiarse de su aprendizaje hasta que este proceso adquiera un carácter autodirigido, de modo que sea cada individuo quien tome la iniciativa para “diagnosticar sus necesidades de aprendizaje, formular objetivos, identificar los recursos humanos y materiales, y evaluar sus resultados” (Karakas y Manisaligil, 2012, p. 18). En esta clase de aprendizaje, las tecnologías juegan un importante papel, pues son las herramientas de los ecosistemas Web 2.0 las que, en convergencia con la conectividad global, permitirán los procesos educativos autodirigidos y complementados por la colaboración virtual y la potencia de la creatividad digital. Quienes optan por el aprendizaje autodirigido tienen la ventaja de que, debido a que su interés es el principal móvil, se involucran en mayor medida en sus procesos educativos que quienes siguen currículos preasignados. Barrón (2006) ha encontrado peculiaridades entre los estudiantes cuyo trayecto formativo es autodirigido que han beneficiado a sus procesos de aprendizaje:

  1. Buscan mantenerse actualizados en su área de conocimiento: indagan fuentes de información textuales y audiovisuales navegando en internet. 
  2. Rastrean oportunidades de aprendizaje formales, o bien estructuradas que respondan a sus necesidades y objetivos. 
  3. Crean contextos educativos informales y desarrollan redes de conocimiento (nodos de información, relaciones de tutoría, etc.) que les permite ampliar sus habilidades hacia un mejor desarrollo y práctica profesional.

La educación del nuevo milenio ocurre en un entorno donde el aprendizaje se ha vuelto ubicuo: los dispositivos portátiles y las redes inalámbricas proporcionan las condiciones para que el conocimiento se obtenga sin límites espaciotemporales, de modo que el aprendizaje ya no es un proceso exclusivo de las aulas, sino que se ha incorporado a las dinámicas cotidianas y a los espacio tan diversos como las oficinas de trabajo, los autobuses, parques, museos y, sobre todo, las interacciones con los demás. Ante un fenómeno educativo interactivo, multimedia y expandido en el que los estudiantes se involucran desde sus intereses personales no solo en el acceso al conocimiento, sino en su producción e intercambio, los educadores deben estar preparados para brindar nuevas habilidades de carácter instrumental, cognitivo, intelectual, sociocomunicativo, emocional y digital (Rendueles, 2016). 

A partir de las reflexiones sobre las transformaciones en las formas en que el conocimiento surge y se aprehende, Martin Fischer (2000, p.3) señala que “el aprendizaje ya no se puede dicotomizar en un lugar y tiempo para adquirir conocimientos (escuela) y un lugar y tiempo para aplicar el conocimiento (el lugar de trabajo)”. Es necesario pensar en espacios donde la educación formal, no formal e informal confluyan al tiempo que se contemplen los sistemas dinámicos, interconectados y complejos donde ocurre y se comparte el conocimiento; lo más cercano a esto es lo que hoy conocemos como ecologías del aprendizaje.

Los espacios universitarios como ecologías del aprendizaje

Según Douglas Brown, pedagogo estadounidense, una ecología es “un sistema abierto, complejo y adaptativo que comprende elementos dinámicos e interdependientes. Una de las cosas que hace que una ecología sea tan poderosa y adaptable a nuevos entornos es su diversidad” (2000, p. 19). Si trasladamos el concepto al ámbito educativo, podemos concebir a las ecologías del aprendizaje como los espacios que buscan respetar todas las formas en que el conocimiento se genera, de manera interdisciplinaria y emergente, donde cada individuo comprende su proceso y las interacciones que pueden brindarle recursos u oportunidades para su desarrollo. En este sentido, es importante distinguir que las universidades no poseen más el monopolio del conocimiento, sino que ahora son nodos dentro de una compleja red. Por supuesto, las universidades pueden posicionarse como elementos de referencia dentro del rizoma del conocimiento si logran ejercer una gestión del aprendizaje eficiente respecto a ámbitos como la motivación, el alcance o la innovación en los esquemas educativos que ofrece. El nuevo orden relacional (Haythornthwaite, 2009) en el ámbito educativo, basado en la cocreación del conocimiento, sugiere que la educación superior debe rediseñar sus currículos enfocándose en el aprendizaje colaborativo y permanente, así como en la enseñanza por competencias. 

Las múltiples posibilidades que ofrece el aprendizaje ubicuo abren el diálogo para impulsar una sociedad del conocimiento sostenida no solo por las instituciones formales del aprendizaje (las escuelas de educación superior), sino por el amplio abanico de entidades que promueven el aprendizaje no formal. La discusión actual versa sobre si las instituciones formales podrán resistir ante la avalancha de propuestas de aprendizaje informal, e incluso, si podrán absorberlas. Pensar en las universidades desde la perspectiva de las ecologías del aprendizaje podría proporcionar una estrategia útil para su actualización y permanencia, sumado a un interés genuino por comprender a estudiantes presentes y futuros, al aprendizaje que esperan obtener a lo largo de su vida y, sobre todo, a una sociedad impregnada de dinamismo.

Texto: Liliana Magdaleno Horta