Tecnología, ética e intimidad
Introducción
En sesiones anteriores describimos cómo la tecnología se ha implantado en los distintos procesos que se realizan de manera cotidiana en la sociedad: cuestiones comerciales, políticas o culturales, no obstante, poco hemos ahondado en las manera en que la tecnología habita entre nuestros cuerpos (implantes), aprende de nosotros (Big Data) y asimila un abanico de comportamientos que la aproximan cada vez más a lo humano (robots y software). La tecnología desarrollada desde la robótica, la biometría, la persuasión o el Internet de las cosas ha provocado lo que Rinie van Est (2014), físico y politólogo alemán, denomina revolución tecnológica íntima, capaz de desafiar nuestros límites morales.
Durante las últimas seis décadas, los lazos entre las vivencias que experimentamos entre el mundo real y el virtual son cada vez más cercanos, esta proximidad ha generado una serie de problemas éticos y sociales derivados de la digitalización. Dentro de estos conflictos, los que han generado mayor interés son los relacionados con los temas de privacidad y seguridad digital, pero será importante ahondar también en aquellas cuestiones relacionadas con la autonomía de los usuarios de la tecnología, la dignidad humana y el control generado por la ciencia asociada a la persuasión y motivación.
El primero de los problemas que se anida dentro de la esfera ética es encontrado en la inserción de la tecnología dentro del hogar, el espacio privado por antonomasia. La intimidad se infringe a través de los dispositivos IoT (Internet de las Cosas) como termostatos, televisores, teléfonos celulares o computadoras, que monitorean las acciones que ocurren en el hogar. La casa (y todo lo ocurrido dentro de ella) se vuelve transparente, pues los dispositivos IoT continúan siendo propiedad de los fabricantes, no de los usuarios, hecho que podría devenir en espionaje digital. Dentro de la misma línea de invasión a la privacidad puede ubicarse la tecnología biométrica: los datos biométricos pueden contener información sobre salud, origen étnico y otras cuestiones de identidad que pueden ser una opción viable para demostrar la legitimidad del usuario, pero que también son susceptibles de ser manipulados por compañías ajenas. A la transgresión de la privacidad física se suma la esfera de la privacidad digital (respecto a la información que se difunde en redes sociales) y mental, pues la tecnología de reconocimiento de emociones informa sobre el estado de las persona e, incluso, es capaz de exponer emociones que desearían mantenerse ocultas.
Persuasión, manipulación y paternalismo tecnológico
El uso de dispositivos IoT puede proveer de una serie de comodidades a sus usuarios, pero también puede incurrir en acciones paternalistas al determinar qué es adecuado y qué no lo es para quien hace uso de sus funciones. Es aquí donde aparecen las cuestiones éticas respecto a la autonomía humana: ¿hasta qué punto la tecnología puede influir en las decisiones de las personas? La tecnología persuasiva lo hace a través de la capacitación inconsciente al usuario mediante las sugerencias o retroalimentaciones que ocurren en entornos inteligentes (iluminación ambiental, vehículos automáticos). Estas retroalimentaciones provocan estímulos a un nivel cognitivo que puede ser imperceptible para el usuario, al grado de representar un riesgo cuando provoca dependencia en él; la transparencia es un factor que debe discutirse para proteger la autonomía aplicada.
Los entornos de IoT poseen la capacidad de anticipar nuestros deseos, necesidades o preferencias que posteriormente dirigen nuestras elecciones y comportamientos. Estudiosos como Hildebrandt (2012; 2015) plantean la posibilidad de tecnologías venideras que podrán detectar nuestras preferencias, inclusive antes de que nosotros nos percatemos de ellas. Esto se relaciona con las tendencias robóticas out-of-the-loop que corresponden a la automatización total de distintos procesos en los que no es necesaria la intervención humana. Si trasladamos esta tecnología al ámbito de lo médico o incluso de lo militar, la cuestión reside en si es correcto delegar responsabilidades con un componente moral a un robot.
Este conflicto se traslada al tema de la deshumanización una vez que la tecnología se aplica en áreas como la atención médica, el entretenimiento o los cuerpos policiales: el riesgo sobre la instrumentalización de las personas crece. Si los robots de atención se usan para tareas de rutina en las que no se requiere ninguna participación emocional, íntima y personal, se corre el riesgo de proveer atención deshumanizada. Los robots no pueden replicar las cualidades empáticas o el comportamiento emocional.
Seguridad y fraudes de identidad
La digitalización ha provocado que los actos delictivos transiten hacia la esfera de lo virtual: desde las actividades de piratería hasta los ataques ciberterroristas, la información que fluye a través de los nodos virtuales es vulnerable a ser captada por usuarios malintencionados que pueden apropiarse de los datos para cometer actos ilícitos. La biometría podría ser de gran ayuda en estos casos, sin embargo, esta disciplina puede arrojar falsos positivos y, al mismo tiempo, falsos negativos. Ahora, los daños no se presentan únicamente como fraudes comerciales o políticos, sino que pueden avanzar hacia el terreno de los psicológico de manera vertiginosa: prueba de ello son las agresiones que se han detectado entre usuarios de dinámicas virtuales como los videojuegos, donde los avatares encarnan a la persona que se encuentra detrás de la pantalla. Incluso los ciudadanos están expuestos a que el Estado vulnere su privacidad y moldee su comportamiento mediante la recopilación de datos para entregar visas, empleos o préstamos.
A lo anterior se suman aspectos como la obsolescencia programada o la competencia desleal entre plataformas que genera un monopolio en perjuicio del usuario; empero, uno de los desafíos más relevantes frente a la tecnología y la realidad virtual es la desocialización y la alienación. El temor a que la tecnología reemplace nuestra interacción con la naturaleza o el riesgo de que nuestras competencias sociales disminuyan puede ser un escenario. La realidad virtual puede producir relaciones menos vinculantes, con menos empatía y por consiguiente, con menos intimidad.
A modo de conclusión, podemos asegurar que las TIC no se encuentran solo en dispositivos aislados de nuestra vida cotidiana: su impacto actual va más allá, en tanto que es posible que las tecnologías modifiquen valores públicos como la autonomía o la dignidad humana, al tiempo que pueden generar escenarios de discriminación o abuso de poder. Nuestra tarea será establecer mecanismos para reforzar los derechos individuales y ajustar la legislación para salvaguardar la integridad de quienes integran las prácticas cotidianas en nuestra sociedad digital.
Texto: Liliana Magdaleno Horta